Las lecciones que me dejó el Ronald Garros
Hace unos meses tuve la enorme fortuna de poder asistir a una jornada de octavos de final de Roland Garros. Es la segunda vez que visito ese mítico torneo e, igual que la primera vez, durante todo el día me acompañó una hermosa sensación de vivir algo especial. La atmósfera es increíble, hay algo mágico que flota en el aire. Realmente es un privilegio asistir a ese torneo. En esta segunda visita, la suerte estuvo de mi lado y pude ver jugar tanto a Djokovic, como a Nadal. Ambos vencieron sus cruces de octavos contra dos jóvenes jugadores italianos, Sinner para Nadal y Lorenzo Musetti para Djokovic.
Como fui invitado por un banco, estuvimos además en los salones VIP y almorzamos en una terraza fantástica, unos platos deliciosos como solo los franceses saben preparar y decorar. Tenía todos los ingredientes para una jornada espectacular y ¡no fui decepcionado!
El primer partido fue el Djokovic-Musetti, increíblemente Musetti, jugando un tenis físico y moderno, puso contra las cuerdas a un Djokovic, que no encontraba su mejor tenis. El partido iba dos sets a cero para Musetti. Dos sets batallados sin tregua y ganados en tie break 7-6, 7-6. Parecía que Djokovic sería eliminado por la joven promesa, todo el estadio cantaba “¡Lorenzo, Lorenzo!”.
Djokovic lucía contrariado y yo me concentraba en observar su mirada, su postura corporal y esos tics tan curiosos que tienen los grandes tenistas. Por ejemplo, Djokovic hace rebotar la pelota contra el suelo entre 12 y 16 veces antes de cada saque. Se toma su tiempo. Me asombró que, aunque se le veía contrariado, nunca cambió su postura corporal, siempre erguido, siempre con la cabeza en alto. Su rostro expresaba su búsqueda del movimiento perfecto, de la precisión y el ritmo que hicieran surgir su tenis.
Al final del segundo set, Djokovic se retiró un momento al vestuario, volviendo unos 5 o 7 minutos más tarde. Mi socio, quien estaba conmigo, me explicó que se había ido a centrarse, un reset de su mente y que era habitual en él en ese tipo de partidos. Lo que siguió fue completamente inexplicable, el juego transformó al contrario: 6-1, 6-0, 4-0 y abandono de Musetti. Nadie entendía nada, era otro partido. Djokovic le pasó por encima a un Lorenzo que, asistía con impotencia a la demostración magistral de su oponente. Me impresionó ver el lenguaje corporal de Musetti, se le veía cada vez más frustrado y enfadado y, finalmente, literalmente abatido. Tenía la mirada baja y los hombros caídos. Ya no corría las pelotas difíciles, simplemente las daba por perdidas. El juego se aceleró y Djokovic ganaba un juego tras otro casi sin despeinarse. Si los primeros dos sets habían durado casi tres horas, estos últimos tres, apenas duraron un poco más de una. Ya en el quinto set, viendo a un Lorenzo rendido, me animé y le grité en italiano: ¡Lorenzo, credi! ¡Cree, Lorenzo! Al instante, lo vi afirmar con su cabeza, aún mirando al suelo y su lenguaje corporal cambió.
Inmediatamente después, Musseti nos regaló diez minutos de su mejor tenis. Djokovic siguió ganando juegos pero ahora eran reñidos y tenía que exigirse al máximo. Musetti, al ver que no sumaba puntos, terminó por perder su impulso y volvió a su postura derrotada. Un par de juegos más adelante se rindió definitivamente y abandonó el juego exhausto. Cuando dejó la cancha, todos le dimos una enorme ovación de pie, nos había regalado tres horas de magnífico tenis.
Con mi socio comentábamos la fuerza mental de Djokovic para mantenerse en la lucha y nunca dejar de creer cuando las cosas no le salían, así y como Musetti, cuando las cosas se le torcieron, no tardó en bajar los brazos. “Esa es la mentalidad del campeón”, pensamos. En el tenis el 80% es mental, para tener la capacidad de mantenerse luchando, pues la diferencia entre una pelota dentro y una fuera es de escasos milímetros. Casi como si la fuerza de la mente pudiera ella sola empujar la pelota unos milímetros, para que roce la línea y se transforme en buena.
Aún estábamos emocionados por lo que acabábamos de vivir, cuando empezó partido entre Nadal y Jannik Sinner. Fue un juego totalmente distinto, con un Nadal dominador y un Sinner que, aunque terminó perdiendo, jamás bajó los brazos. Durante el partido, me propuse seguir observando en detalle el lenguaje corporal de los dos jugadores, así como sus tics. Vi un Nadal concentrado, celebrando sus puntos ganadores, sobre todo cuando venían luego de un momento difícil. Lo vi ignorar los comentarios del público, completamente ensimismado. Para él, solo existían la cancha, el tenis y la pelota. Tarde en el partido, cuando ya tenía una buena ventaja, alguien le gritó en español: ¡no lo vayas a romper, Rafa! El ni se inmutó, ni rió, ni siquiera sonrió. Jamás se permitiría entrar en ese juego y subestimar a un rival.
Por su parte Sinner, un joven muy alto y muy delgado, hacía pensar efectivamente que se iba a romper frente a los embates de un musculoso Nadal. Pero nada de eso. Con sus brazos flaquitos le devolvía unas bombas, ¡unos misiles! que nadie entendía cómo lograba producir. Ese muchacho, nunca abandonó, nunca bajó los brazos. Luchó hasta el final del juego, hasta la última pelota como si fuera la primera. Yo no lo conocía, pero luego escuché varios comentarios de otros tenistas diciendo que será uno de los grandes del futuro. La verdad es que entendí perfectamente por qué piensan esto de él. Tiene la mentalidad del campeón.
Esa noche me quedé pensando y pensando en lo que había presenciado durante el día. Comprendí por qué los grandes campeones nunca bajan los brazos, ni aunque vayan perdiendo dos sets a cero. Nunca se rinden porque saben que, aunque las pelotas no están cayendo allí, donde ellos quieren, tarde o temprano lo harán. En algún momento las cosas les empezarán a salir bien a ellos y mal a sus adversarios. Porque el tenis, como la vida, es cíclico. Y cuando llegue ese momento serán ellos los que ganarán los puntos, los juegos y los sets. Ellos saben que la suerte siempre cambia y entienden que si bajan los brazos, si dejan de luchar y dar todo lo que tienen en cada momento, cuando las cosas les sean favorables, ya estarán muy atrás en el puntaje y les será muy difícil remontar.
En ese momento de claridad me dije, Carlos, nunca bajes los brazos, nunca jamás te rindas. Sigue dando siempre lo mejor de ti aunque los resultados te sean adversos pues, en algún momento, tarde o temprano, el viento cambiará y serán tus pelotas las que caerán dentro y serás tú el que ganes los puntos, los juegos y los sets.
Lección de vida. ¡Muchas gracias, Señor Garros!
Carlos Malatesta